¡En español!

CICLO II PRIMARIA

Rosalía tiene quince años

Quince almendros en flor, tus quince años.
¡Qué blancura el paisaje de tu alma!
Blanca como la nieve, cual la hoja
de papel en que escribo: toda blanca.
Todo es blanco: año nuevo y álbum nuevo;
yo escribo para ti blancas palabras.
Me rodea lo blanco, todo en blanco
como si fuera en una gran nevada.
¡Quince arbolillos tienes, Rosalía!
Y el viento viene, y los acariciaba...
Ya nieva el mundo flores, flores, flores;
ya nieva flores, blancas, blancas, blancas.

Dámaso Alonso. Gozos de la vista.
Editorial Espasa-Calpe.
Colección Austral, núm. 1639.

 

Traemos aquí este poema porque nos parece un botón de muestra preciosísimo del corazón tierno de Dámaso Alonso. Nuestro erudito profesor es capaz de ablandarse paternalmente ante el cumpleaños de una niña por la que siente un especial cariño y de dedicarle estos hermosos y entrañables versos llenos de vitalidad, colorido y frescura.

Y como los escribe desde el corazón, con la sinceridad de quien ama honestamente, le resulta fácil escoger las imágenes, metáforas e ideas con las que componer su magnífico cuadro poético. Ensambla certeramente los elementos naturales (nieve, árboles, viento, flores...) con los artificiales (papel, álbum), y estos los ha elegido meticulosamente porque desea que contengan sentimientos y simbolismo. Para él la hoja blanca sobre la que escribe es como el anhelado hijo que la vida no le dio y en el que vierte sus pensamientos más profundos y sus emociones más intensas. Y el álbum es la memoria gráfica de una vida vivida apasionadamente; en él ponemos las imágenes íntimas de los instantes que deseamos que no se lleve el tiempo; a él acudimos en busca de recuerdos, de sonrisas y sensaciones vívidas.

Desde el inicio nos quiere dejar claro que lo que valora en su pequeña amiga no son su belleza física ni su encanto adolescente sino la profundidad y pureza de su alma: ¡Qué blancura el paisaje de tu alma! Y para corresponder a tanta virtud Dámaso se apresura a hacerle su mejor regalo, aquel que considera la muestra más valiosa de su afecto: su verbo elegante y perfecto -yo escribo para ti blancas palabras-. El verbo brota de sus entrañas cual manantial sagrado y espléndido.

Si lo pensamos bien es difícil construir un piropo más sentido y entrañable para una mujer que el que brota de la pluma del poeta madrileño: Quince almendros en flor, tus quince años. Y, más tarde, remata el cumplido con maestría insuperable: ¡Quince arbolillos tienes, Rosalía! El diminutivo en el que envuelve la fuerza exultante de estas plantas recubre la metáfora de dulzura y candor.

Hasta el viento parece querer sumarse a la fiesta y esta vez se vuelve acaramelada

caricia para la muchacha y en vez de azotarla con su empuje, la mece suavemente para acompañarla en su crecimiento. Y el cielo no podía ser menos y decide llevar a cabo un extraordinario prodigio: cada copa de nieve se mutará en una blanca flor:

Y el viento viene, y los acariciaba...
Ya nieva el mundo flores, flores, flores;
ya nieva flores, blancas, blancas, blancas.

La fuerza de los dos últimos versos es tal que no podemos evitar recrear mentalmente la escena y asistimos emocionados al milagro de unas nubes cálidas -como el corazón del poeta- que paren primorosas flores blancas